Agridulce sabor de boca para los aficionados, que vieron en el italiano un fracaso deportivo y una actitud más propia de gymkhanas.
La presencia de Paolo Diana con un Fiat 131 ‘experimental’, como así lo titulamos en los artículos previos, hizo que se convirtiera en la máxima expectación del II Gran Canaria Historic Rallye. El toque internacional y una máquina que a primera vista presentaba algunos atractivos generaba un ‘plus’ interesante, aunque su ‘target’ viniera precedido de sus habituales participaciones en el Rallye Legend de San Marino, un ‘rallyeshow’ diferente a los que es una competición en toda regla.
Deportivamente su participación es evidente que no puede pasar a la historia. Paolo Diana no llegó a iniciar el primer tramo cronometrado con su Fiat 131 debido a un problema mecánico. Estaba claro que su presencia ‘obligaba’ a tratar de solucionar el inconveniente para reaparecer en la jornada del sábado. Y así se hizo, pero apenas volvió a durar un par de tramos. Por tanto, deportivamente su competición pasa al olvido.
Pero donde verdaderamente quiero profundizar es en su actitud. Quizá ‘acelerado’ por las muestras de cariño (¿?) o por lo que el italiano cree lo que debe ser la competición, emprendió un tipo de carrera que lejos queda de lo que es un rallye, entendiendo por ello la lucha contra el crono, a la postre el principal rival del conjunto piloto-copiloto-máquina cuando se ponen el casco.
Paolo Diana y su copiloto Diego Zanotti empezaron el sábado con ganas de agradar, realizando trompos y más trompos en algunos de los cruces del II Gran Canaria Historic Rallye. Y eso no está mal, no está mal contentar, pero no de ese modo. Hay que hacerlo corriendo, porque esta prueba es puntuable para un campeonato nacional ¡de velocidad! No lo es de exhibiciones más propias de una gymkhana al más puro estilo de Ken Block. Sus malabarismos, los de Diana-Zanotti, encajan mejor un evento de éste último, no donde los aficionados tienen cultura y aprecian a quién va rápido con unos vehículos tan difíciles de domar como los de 70, 80 y 90.
En cualquier caso la casa del señor es capaz de acoger a todo tipo de espectadores, que en algunos casos prefieren ver una filigrana de un propulsión trasera en algún cruce, olvidándose del juez final que es el reloj, en lugar de una apurada de frenada al límite con la mente del piloto y copiloto puesta en la siguiente curva, en la siguiente nota… En definitiva, en alcanzar la meta más rápido que sus rivales.
Para gustos colores, pero cada color donde corresponda, por favor.
Texto: Javier Viera | Foto: Gustavo Alonso