La temporada 1986 estaba siendo complicada. La potencia de los coches ya superaba los 500 CV y la seguridad de espectadores y equipos no era como hoy la conocemos. El accidente de Santos en Portugal con un Ford RS 200 del equipo ‘Diabolique’ era un serio aviso. Tres espectadores yacían con sus cuerpos en uno de los tramos del bucle de Sintra, un recorrido que en esa jornada daba cabida a más de 600.000 aficionados.
Apenas unas semanas después el mundial se llevaba otra sacudida. Henri Toivonen y Sergio Cresto perdían la vida cuando su Lancia Delta S4 abandonaba el asfalto del Tour de Corse para impactar contra unos árboles y, casi al instante, arder en llamas sin dar ninguna posibilidad a sus tripulantes. Ahí, entre Corte y Taverna, se escribía la primera página de una nueva era del campeonato del mundo.
Jean-Marie Balestre, presidente de la FISA, ofreció en Ajaccio una rueda de prensa, aún con el dolor por la pérdida de los del equipo Lancia-Martini. En ella anunciaba unos cambios radicales para el inminente futuro del campeonato. Años después, algunos de los involucrados en el certamen aseguraron que esa no fue la mejor solución.
En ella, Balestre comunicó la abolición del Grupo B para 1987 y su evolución en lo que restaba de aquel 1986. Desde ese instante, anunciaba que los rallyes debían recortar su duración y con ello el kilometraje, una medida que era declarada para que fuese aplicada desde ese mismo momento. Igualmente y desde ese instante, los Grupo B debían equipar obligatoriamente un sistema de extinción automático para el lugar donde iba ubicado el motor y otro para el espacio correspondiente al habitáculo.
Ya mirando exclusivamente a 1987, anunció la prohibición del Grupo S. Esta categoría estaba llamada a ser el futuro y algunas marcas ya habían comenzado con sus preparativos. Lancia, Toyota y Audi, entre otras, se encontraban en ese proceso. En su lugar, el Grupo A tomaba el testigo. Las marcas interesadas debían producir un mínimo de 5.000 unidades de serie –en aquel momento no todas estaban capacitadas- y estaba prohibido emplear algunos materiales para su construcción.
Y todo ese conjunto acabó con una etapa dorada. Dorada y también cargada de dolor. Es difícil conocer cuál hubiese sido el techo de no mediar aquellos accidentes tan trágicos. Hoy, treinta años después, hemos visto distintas etapas del WRC. Algunas muy brillantes, otras no tanto, pero sin lugar a dudas con una premisa clara para todos: la seguridad de equipos y espectadores.